Un empresario quiere aumentar un 10 por ciento los precios y le pregunta a un economista qué podría pasar. Si la respuesta es que las ventas caerán, el empresario se preguntará, con razón, para qué se ha pasado este tipo diez años en la universidad. Lo que nuestro astuto empresario quiere saber es si la caida en las ventas será mayor o menor que el 10 por ciento, porque eso es lo que determinará si la
facturación disminuirá o aumentará respectivamente.

En economía, para ir más allá de las obviedades hay que
cuantificar, y ya decía
Leibniz que las matemáticas son el arte de echar cuentas.
Al fin y al cabo, el
número e no es más que un cálculo de interés compuesto; los números negativos aparecen porque a
Brahmagupta se le ocurre pensar que una deuda no es más que el reflejo especular de una fortuna, y con las deudas aparece el
número cero: porque una fortuna de cuatro más una deuda de cuatro tiene que ser un número que no representa ni una deuda ni una fortuna: resulta que la primera extensión verdaderamente revolucionaria de la aritmética a una nueva clase de números se halla asociada a un razonamiento económico; cuando
Al-Khwarizmi idea una algoritmo para resolver ecuaciones de segundo orden, está pensando en maneras de calcular impuestos a la propiedad.
En realidad, cuando uno lo piensa, lo extraño no es que la economía se haya matematizado sino que durante un cierto periodo evolucionase sin demasiadas matemáticas; sobre todo teniendo en cuenta que las matemáticas mismas han obtenido buena parte de su motivación de la economía.
Y, sin embargo, lo del exceso de matemáticas en economía es una queja recurrente.
Incluso economistas tan respetables como Paul Krugman (1) opinan que la economía produce muchas investigaciones abstrusas con poca sustancia económica detrás. Yo, sin embargo, me quedo con Jean-Michel Grandmont que dijo en alguna ocasión que si usábamos modelos para entender el mundo, más nos valía que entendiéramos bien esos modelos; lo que nos lleva, inevitablemente, a alguna de esas investigaciones abstrusas que tanto espantan a algunos.
En lo que a mí concierne, me encantan las investigaciones abstrusas —mi propia tesis doctoral no puede ser más abstrusa: algo sobre "programación dinámica con retornos no acotados"— y eso no quita que mi interés último haya sido siempre la economía. Por lo demás ya decía Schumpeter que “la economía no puede ser la única, entre todas las ramas del conocimiento humano, que se limite exclusivamente a aquello que el profano puede entender con facilidad”.
Pero en este blog intentaremos pasar por alto las matemáticas y discutir sólo las ideas. Creo que hay muchas cosas fascinantes que se pueden descubrir, y mucha diversión, antes de llegar a los detalles técnicos; y el que no se lo crea, que se lea el libro del economista camuflado de
Tim Harford (2).
(1) Paul Krugman,
Peddling Prosperity, Norton, 1995. Traducido como:
Vendiendo prosperidad, Ariel, 1994.
(2) Tim Harford,
The Undercover Economist, Little, Brown, 2006. Traducido como:
El economista camuflado: La economía de las pequeñas cosas, Ediciones Temas de Hoy, 2007.