miércoles, 15 de agosto de 2007

Equilibrios y prejuicios

Cuando los primeros estudiantes llegan a una clase —intimidados por el profesor, para poder hablar mejor durante la clase o por el motivo que sea— tienen cierta tendencia a sentarse en las últimas filas.

Los que van entrando, quizás por los mismos motivos, o buscando la compañía de los amigos que ya están sentados, tienden a comportarse de la misma manera. Siempre hay alguno raro que se dirige directamente a las primeras filas, pero casi nunca a la primera. Si la clase no se llena, la situación final resultará muy familiar a los profesores que estén leyendo esto: nos encontramos con casi todos los estudiantes concentrados en las últimas filas, con el consiguiente desgaste de las cuerdas vocales —porque después, claro, se quejan de que no oyen (1).


Esta situación tiene dos características fundamentales.

En primer lugar, los estudiantes no están coordinados de ninguna manera: es un sistema descentralizado. En segundo lugar, cada estudiante actúa libremente de acuerdo a sus preferencias sobre los sitios aún libres en la clase.

Éstas mismas son las características de otra situación muy común. Al llegar a un semáforo en rojo en una avenida con más de un carril, los conductores, en su afán por avanzar el máximo posible, eligen el carril con menos coches. El resultado final es que los coches están bastante bien repartidos entre los dos carriles. Esto tiene sus ventajas, entre otras cosas porque hace menos probable que la fila atasque el cruce anterior. Si una mayoría de vehículos se concentrase en uno de los carriles, la fila en este carril será más larga y es muy posible que acabe atascando el cruce anterior donde los coches que vienen de la perpendicular tienen el semáforo en verde.


Igual que antes, en la avenida no hay ningún coordinador, y cada conductor actúa de acuerdo a sus propios intereses.

La diferencia reside en que el equilibrio de la clase es un mal equilibrio —al menos para el profesor— mientras que el equilibrio de la avenida es un buen equilibrio —en la medida en que los atascos serán menos frecuentes.

Las dos situaciones que acabamos de describir son ejemplos de equilibrios descentralizados —porque no hay coordinador— de un sistema social —esto es, donde los actores son personas. Como hemos visto, estos equilibrios pueden ser tanto buenos como malos, lo que en cualquier caso dependerá del criterio que utilicemos para evaluarlos.

Estos ejemplos deberían ponernos en guardia frente a posturas extremas sobre la bondad o malignidad del libre mercado, que no es más que otro ejemplo de sistema social no coordinado y donde cada cuál actúa de acuerdo a sus propios intereses. El equilibrio del mercado será bueno o malo dependiendo de las características de ese mercado y del criterio que utilicemos para concluir si el equilibrio es bueno o malo.

Todo lo demás son prejuicios.

(1) El ejemplo de la clase está tomado del fascinante libro de Thomas C. Schelling, Micromotives and Macrobehavior, Norton, 1978. Traducido como: Micromotivos y macroconducta, Fondo de Cultura Económica, 1989.

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