Mahmud Ahmadineyad, el populista presidente iraní, acaba de decretar una bajada de los tipos de interés, desde el 17 hasta el 13 por ciento, para que el pueblo tenga acceso a créditos baratos; el tipo de interés oficioso, sin embargo, se estima que no baja del 20 por ciento.
Al 13 por ciento, sin embargo, habrá mucha más gente con ganas de pedir prestado que gente dispuesta a prestar. El poco crédito disponible se adjudicará en base a criterios espúreos, como tener un cuñado en el banco. Los menos conectados, que se quedarán fueran del sorteo, tendrán que acudir a préstamos informales pagando el 20 por ciento o más de interés.
Existe otra posibilidad, aún más terrorífica: que el gobierno decida dar a los bancos el dinero necesario para cubrir la demanda de crédito. Pero si lo hace imprimiendo billetes, una rebaja de 4 puntos del tipo de interés es equivalente a una expansión monetaria aberrante que, simplemente, disparará la inflación. Claro que el gobierno podría recaudar impuestos en lugar de imprimir billetes, pero es dudoso que un gobierno populista como éste se anime a subir los impuestos cuando ni siquiera ha sido capaz de reducir las subvenciones a la gasolina.
El de Irán no es un caso único, ni siquiera el peor: La gestión económica de Mugabe en Zimbabue está destruyendo el país; la última medida delirante de su gobierno consiste en controlar la inflación por decreto: prohibiendo las subidas de precios e incluso imponiendo por ley reducciones de hasta 50 por ciento a los minoristas. Al mismo tiempo, y en lugar de combatir la inflación conteniendo la cantidad de dinero en circulación, el gobierno paga sus deudas, básicamente, imprimiendo billetes.
Los efectos de esta política los puede predecir hasta un niño.
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