Un divertido artículo reciente (1) llega a la conclusión de que los chimpancés, al contrario que los humanos, son económicamente racionales.
Varias críticas comunes a la economía moderna se ceban en la hipótesis de racionalidad. Ésta, sin embargo, apenas establece que,
ante dos alternativas, un agente económico elegirá la que prefiera de ambas. Parece muy razonable pero, entonces, ¿de dónde salen esas críticas furibundas? Creo que de malentendidos, y hay dos que son muy comunes.
El primer error consiste en confundir racionalidad con egoísmo, pero no hay nada en la descripción de más arriba que indique que el agente sea egoísta. Las revistas de economía están llenas de artículos que estudian cómo padres altruistas pagan los estudios a sus hijos; en la medida en que los padres aman a sus hijos, es perfectamente racional que gasten dinero en su educación.
El segundo error, menos trivial, es el que extiende al comportamiento económico paradojas del comportamiento humano que poco tienen que ver con nuestra dimensión de
homo œconomicus.
En el
juego del ultimátum dos individuos tienen que repartirse 100 euros. El individuo A propone un reparto al individuo B y éste, a su vez, decide si lo acepta o no. Si lo acepta, se ejecuta el reparto propuesto; si lo rechaza, ambos reciben cero. En experimentos se ha probado que B tiende a rechazar repartos que percibe como desiguales: cuando A le propone menos de 20 euros, B suele rechazar el reparto —perdiéndolo todo— antes que aceptar un reparto que considera injusto.
Esto se interpreta como una irracionalidad porque B prefiere cero a 20 euros. Los chimpancés, por el contrario, enfrentados a un juego parecido con comida, parecen ser racionales porque aceptan repartos muy desiguales: si el mono A se queda con 99 caramelos y ofrece sólo uno a B, éste aceptará porque algo es algo.
El artículo es interesante en la medida en que destaca una característica humana que no parece encontrarse en los simios que más se parecen a nosotros. En realidad, que los monos sean racionales es bastante razonable; la trampa está en concluir que los humanos no lo somos cuando tomamos decisiones económicas. El error reside en la interpretación de unos experimentos que se realizan con cantidades insignificantes, mientras que nuestras teorías están concebidas para analizar decisiones de un cierto calibre: como si nos gastamos 2.500 ó 250.000 euros en la matrícula del colegio de la niña.
El lector puede imaginar este escenario: tenemos 100 millones de euros y yo le propongo un reparto extremadamente desigual: me quedo con 99 millones y ofrezco al lector un millón.
¿Lo rechazaría?
Mi impresión es que, cuando se trata de la pela, tenemos cierta tendencia a comportarnos como orangutanes; no me parece tan raro, y menos aún moralmente escandaloso.
(1) Keith Jensen, Josep Call and Michael Tomasello (2007) “Chimpanzees Are Rational Maximizers in an Ultimatum Game,”
Science, 318(5847), 107-109 [en
línea].