sábado, 8 de marzo de 2008

Del intercambio al colapso

En este mundo una persona tiene una moneda de un euro y otra un café. La que tiene la moneda quiere café y la que tiene el café quiere la moneda, quizás para comprar un café mañana.

¿Cuál es el precio del café? Un euro.

No puede ser de otro modo: si un café saliese a 50 céntimos, la primera persona querría dos cafés, pero sólo hay uno; si un café costase 2 euros, la primera persona se quedaría sin café y la segunda sin la moneda, no parece un arreglo razonable. El precio de equilibrio, el que iguala oferta a demanda, es de 1 euro, y ese precio depende tanto de la cantidad de monedas de euros como de la cantidad de cafés. Si la primera persona tuviese una moneda de 2 euros, el precio del café sería de dos euros. Así de sencillo.

Los bancos centrales no pueden sacarse cafés de la manga pero puede acuñar monedas e imprimir billetes. Si queremos una pequeña hiperinflación en nuestra economía imaginaria no tenemos más que darle un billete de 200 euros a la primera persona, y el precio del café será de 200 euros.

Las economías reales son un poco más complicadas, sobre todo porque los precios cambian con el tiempo, y la gente acepta la moneda a cambio del café siempre y cuando crean que podrán comprar algo con esa moneda al día siguiente. Si creen que al día siguiente el gobierno se va a poner a imprimir billetes, concluirán, en toda lógica, que esa moneda no valdrá lo mismo mañana que hoy, ¡y puede que anticipen los errores del gobierno pidiendo ya hoy más monedas a cambio del café!

¿Pero por qué un gobierno habría de hacer semejante tontería?

Por ejemplo, para tapar un agujero en sus finanzas. ¿No hay dinero? No pasa nada: imprimimos unos cuantos billetes. Eso es lo que se le ocurrió al gobierno en Harare cuando en 2006 se supo que su déficit público, la diferencia entre gastos e ingresos del estado, alcanzaba la astronómica cota del 43 por ciento del producto interior bruto. El problema es que injectar monedas no altera el número de cafés, sólo los precios; si de aquella la inflación ya andaba por el 1000 por ciento anual, tardó poco en dispararse al 66.000 por ciento y hoy, unos pocos meses después, rozamos el 150.000 por ciento de inflación y por lo tanto el colapso, y en un sentido muy literal.


Esto es lo que pasa cuando le das a una persona tanto poder durante tanto tiempo en un país donde el banco central no es independiente. Poco importa a estas alturas que Mugabe haya sido algún día un héroe nacional.

Será por eso que cada vez que Sarkozy se queja de la fortaleza del euro y pide voz y voto en la política monetaria europea, a los economistas se nos ponen los pelos de punta. Dejemos al banco hacer su trabajo, y si el dólar se devalúa, pues mala suerte para los exportadores (y enhorabuena a los importadores).

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